Si, te escucho, te veo y sí,
estoy orgullosa de ti, pero hay tanto que me duele que no puedo decirlo. ¿Te
amo? Aún…
Nunca he sido “cheerleader”… no
sé serlo y odiaría ser del tipo… sé que lo necesitas, tanto como todos los
representantes de tu género, pero de verdad no puedo.
Me descubro extrañándote – a tu
lado - pero también sabiendo que no
necesito tanto cariño como tú. Hay días que no sé qué darte, que no tengo nada
para ti – ni para mí -, que no te comprendo y no me comprendes, que a veces
creo puentes y tú, abismos… y cuando tu tiendes el puente yo miro hacia otro
lado.
Qué difícil es esto de mirarte en
otra persona, hacer espacio cuando a veces no lo hay para uno mismo, cerrar la
boca cuando eres tu y no lo que yo quiero que seas.
A veces me duele, cuando veo la
confusión en tus ojos, cuando no entiendes qué es todo lo que para mí haces mal,
y yo que hablo un idioma extraño que tu nunca comprendes, prefiero dar la
vuelta a mi interior y volverme hostil.
Y sigues siendo tú aquí, junto a
mí, y es por ti, gracias a ti, que tengo la razón que me hace respirar a
diario, sonreír, tener esperanza y querer ser mejor, o menos peor, sanar o por lo menos no dejar que las
fracturas corran más adelante.
¿Cuánto de todo el problema soy yo?, mucho,
quizá todo, no sé estar con nadie imperfecto, qué triste por mí, cuando tienes
tanto de bueno y cuando nadie podría ocupar la vacante.
Y sin embargo sigo
aquí, eligiendo quedarme a diario, contigo, porque prefiero el infierno
contigo, que el invierno sin ti…