Yo sentía como en mi interior toda mi tranquilidad se desmoronaba y en el exterior me volvía un zombi, uno intolerante, irascible y sumamente hostil y tu... tu el padre de mi hijo, te veía actuar del todo tranquilo, seguro, sin preocupaciones - como usualmente te comportas - y me enojaba y quería gritarte y decirte que podían pasar una infinidad de cosas que no podíamos controlar.
Sólo cuando ambos dejamos a mi hijo en la camilla, a la entrada del quirófano es que vi resbalar desde tus ojos una lagrima y bajar por tus mejillas, ahí entendí, que también luchas tus propias batallas y no siempre me lo dices.
¿Cuántas veces y por cuantas distintas razones luchas batallas por ti mismo en lugar de compartir conmigo la carga? No lo sé.